(Quizá porque todas las estaciones
nos soprendieron sin ropa y sin piedad...)
Eras invierno en mi espalda,
desabrochando corduras
en todas mis razones,
tan carentes de botón
y cremallera.
Eras invierno en mi cuerpo,
hoguera sólo tus ojos,
la boca muda,
tu atención abriéndome
las puertas.
Eras invierno en mi esquina,
las hojas secas
vistiendo elegantes los adoquines
bajo la lluvia que se llevó
los “siempres”.
Eras invierno en mis letras,
renglones idos,
líneas escritas con tinta
propia de donante universal.
Dando vueltas a las cosas muertas
también recuerdo
que fueron tus manos leve primavera,
pero nadie te salva
(nadie me salva,
nadie)
de ser el invierno más duro
de mi historia.
Y sin embargo es verano
cada vez que te pienso.