Cuando me pillo despistada y no me miro… te recuerdo.
Me permito, a escondidas, el echarte de menos, y me escapo al jardín para desenterrar algún recuerdo de mi lugar secreto.
Voy corriendo, sudorosa, con la adrenalina esprintando por mis venas, y una mezcla traicionera (especialidad y cortesía de la casa), entre culpabilidad por seguir necesitando la metadona de tu olvido y la tranquilidad del que encuentra el tesoro en su sitio, justo donde lo escondió, y siente así que no le falta nada.
Que todo está donde debe…, y esto es… bien enterrado bajo montañas de arena, como corresponde a lo que yace muerto, con una cruz de madera que me ayuda a encontrarlo cuando en noches como ésta, me pillo despistada, no me miro… y te recuerdo.
“Descansa en paz”, me digo yo a mí misma, ya de vuelta, sacándome la tierra de debajo de las uñas.
“Descansa en paz”, me digo, desdibujando mis huellas para sortear mi propia vigilancia… y perdonarme.
“Descansa”, susurro mientras me acuno, y me prometo nunca más volver a traicionarme.
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