Tumbada boca abajo acaricio la sábana como si fuera a despertarte de tu sueño o a rescatarte de lo que sea que te encierra.
Observo, con la ternura única e inigualable del que se observa a sí mismo, el movimiento cálido y frágil de mi mano jugueteando con lo que me imagino que es tu espalda... ahora tu pecho...
Entonces lanzo con efecto una mirada traviesa contra la almohada, como si me estuvieras viendo, y te sonrío.
Tengo tu silueta pintada en tiza en un lado de mi cama y la acaricio.
Esta noche no dormimos ninguna de las dos.
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