Os presento mi cajita de recuerdos.
Hojalata pintada de “ojalá” y de
“bien estuvo, no te quejes”.
Habrá muchos que digan que sólo es aire.
Quien tenga ojos y no los use, dirá que está vacía.
Quien tenga manos y no sepa tocar, dirá lo mismo.
Quien tenga nariz y no distinga, dirá que huele a … lata.
Pero los demás sabemos que está llena, a rebosar, de recuerdos de todas las formas y colores, un poquito apretujados para que la caja cierre. ¡Si no imposible!
¿Recuerdas cuando me caí de la cama? Está aquí dentro.
¡¿Y cuando me besaste la mano?! También está.
Está tan llena que no cabe ni un recuerdo nuevo, ni uno solo.
Los que no entiendan de esto del amor, dirán burlones que tan sólo es cuestión de trasplantar estos recuerdos a una caja más grande. ¡Qué ignorancia!
Al elegir la caja (al conocerte), elegí su tamaño… y me lucí. Pero ahora sólo queda sacar pecho y asumir que tú para mí, eres esto y nada más.
Aunque se queda, que no es poco, mi cajita (tu recuerdo) haciéndome compañía los días tristes desde el armario de mi habitación sin vistas.
Hoy, aquí, os muestro con cariño el contenido de esta caja y de otras más. Ya sola en casa, me tocará espachurrar de nuevo estos recuerdos para que cierren bien las tapas, con esfuerzo.
Cargaré de vuelta estas cajitas y una más, la que compré para hoy. La elegí grande, que ya aprendí, y sois muchos e importantes, porque estáis.
Llenémosla juntos de recuerdos y “sentires”.
¿Estáis listos?
Bienvenidos de nuevo.
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